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Cuando tenía 16 años, todo lo que deseaba era tener un estilo de vida sencillo, estar en mi pequeño pueblo estoniano, tener un trabajo simple y formar una familia, pero las cosas no siempre salen tal como las planeamos.
Mi plan inicial no incluía mudarme a la capital para estudiar biotecnología, tampoco incluía mudarme después a Dinamarca, ni a Holanda, ni a Oman, ni a Suiza. Pero la vida me fue ofreciendo estas oportunidades emocionantes y yo no tuve más opción que aceptarlas conforme se me iban presentando. Tal vez un camino simple no era para mí después de todo.
Siempre disfruté las Matemáticas y la Biología en la escuela. Cuando me di cuenta de que buscar nuevos microorganismos en los campos italianos de arroz y determinar la cantidad de metano que consumen era algo que se podía hacer con un doctorado, supe que había dado en el clavo.
El arduo trabajo en los arrozales
Los plantíos y las tierras inundadas que se utilizan para sembrar cultivos como el arroz contribuyen en gran medida con la emisión de gases de efecto invernadero. Mi tarea durante el doctorado fue observar estas emisiones “dañinas” e identificar el rol que juegan las poblaciones microbianas en este proceso. ¿A caso podría haber suficientes microorganismos consumidores de metano en los pantanos como para mitigar las emisiones de este compuesto orgánico?
Trabajando duro bajo el deslumbrante sol de los campos de arroz en Vercelli, hice un muestreo en las plantas de arroz y en suelos y lo llevé al laboratorio. Esta fue una excelente oportunidad para mí, pues me permitió combinar la ecología de campo, el trabajo en el laboratorio y la biología molecular. Con nuevos métodos basados en la secuenciación de ADN, pudimos desenmarañar la composición de toda una comunidad microbiana con el fin de hacerla crecer. Ciertas bacterias se dividen en algunas horas, de manera que podemos tener un cultivo puro de ellas en unos pocos días. ¡Sin embargo, los microbios que yo estaba buscando (llamados archaea) se toman muchísimo tiempo para crecer! Hasta el día de hoy, aún no disponemos de un cultivo puro de ellos. Me tomó cuatro años conseguir un medio de cultivo con los nutrientes necesarios para que el 95% de los archaea de una comunidad completa pudiera sobrevivir. Al mismo tiempo, mis caldos de cultivo fangosos de los campos de arroz se volvieron uno de los mayores medios de cultivo enriquecidos del planeta.
Estos descubrimientos fundamentales muestran que los archaea pueden ser cultivados y, aunque actualmente no podemos utilizarlos aún para mitigar las emisiones de metano, el futuro puede traernos nuevas oportunidades para hacerlo.
Recientemente, abordé otro peligro ambiental qué combatir con microorganismos y acepté otro reto: encontrar microbios que puedan comerse el plástico que se encuentra en los océanos.
De los campos de arroz a las islas del Pacífico
Cuando una botella de plástico termina botada en la naturaleza, podría tardar cientos de años en degradarse. Sabemos que los microbios pueden consumir los compuestos más complejos, pueden degradar contaminantes, madera o petróleo, entonces ¿por qué no podrían degradar plástico? Un inconveniente es que ha pasado poco tiempo desde que creamos los polímeros plásticos, entonces ¿podría ser que los microbios aún no hayan evolucionado lo suficiente como para consumir este material? Estaba decidida a darle respuesta a esta interrogante.
En el océano, el plástico se acumula en zonas llamadas “islas de plástico” y una de las más grandes se encuentra en medio del océano Pacífico. En estas islas, el plástico es arrastrado por las corrientes marinas y se rompe en pedazos pequeños que flotan por un largo tiempo. Zonas como estas podrían ser las regiones donde se encuentren también microbios que, tal vez, gusten de consumir plástico. Esto me dio la oportunidad de estudiar la composición de la comunidad microbiana que habita en diferentes polímeros plásticos para observar qué microbios se relacionan con qué tipos de plástico. Solo tenía que llegar hasta estas islas.
Navegamos en una embarcación de investigación por los lugares más extraños que te puedas imaginar. El océano fue lo único que vimos por semanas. Enfrentamos tormentas y olas de 10 metros de altura, pero logré colectar mis muestras: muchas piezas de plástico recuperado del océano.
De vuelta en el laboratorio, aislé a los organismos encontrados en los plásticos y encontré a las criaturas más extrañas viviendo en estas piezas: bacterias marinas y hongos marinos, no como los champiñones, claro, sino más bien pequeñísimos hongos que vivían en botellas de agua que habían sido tiradas y en equipo de pesca perdido en el mar. Pudimos identificar algunas especies que efectivamente participaban en la ruptura del plástico el cual, de otro modo, habría persistido durante cientos de años en la naturaleza, pero a pesar de este descubrimiento, aún hay mucho por saber. Ahora estoy tratando de comprender los mecanismos por medio de los cuales estos microorganismos contribuyen con la fragmentación de los plásticos. Una vez que identifiquemos las encimas que les permiten hacer esto, podremos usarlos en aplicaciones biotecnológicas en el futuro.
Esto es lo más hermoso de la ciencia, nos lleva por un camino de descubrimiento y, a pesar de las tormentas y las olas enormes, nunca quiero dejar de recorrerlo.
Traducido por Aurora Romero.
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