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El Sputnik despegó justo cuando empezaba la escuela primaria. Los primeros astronautas aterrizaron en la luna justo después de que terminara el instituto. Vi cómo se desarrollaba la historia de nuestra primera era espacial en nuestra vieja televisión Philco, en blanco y negro, mientras el presentador de noticias de la CBS, Walter Cronkite, narraba con destreza los eventos que me tenían cautivada. ¿Qué niño, que hubiera crecido durante esos tiempos emocionantes, no querría ser un astronauta? Tristemente, las niñas de mi generación no podían, tampoco estaban incentivadas ni preparadas académicamente, para seguir una carrera en ciencia y tecnología. “No teneis el carácter adecuado”, me reprendió mi orientador académico cuando le dije que quería estudiar el curso de trigonometría avanzada. En su lugar, me apuntó a una clase de arte.
Gracias a mis clases de arte conseguí mi primer trabajo después de la universidad, como directora de arte de una pequeña cadena de televisión, cuando todavía las noticias se grababan como una película. Me permitió conseguir gratis nociones sobre dirección cinematográfica, todas las cintas cinematográficas de 16mm que pudiera coger de su suministro (aparentemente ilimitado) y conocimientos de post-producción. Además, aprendí cómo grabar y editar una película, realizar una entrevista y cubrir una noticia. También aprendí lo que era el sexismo en el trabajo y que tenía el derecho legal de demandar a mi jefe por prácticas discriminatorias, aunque eso es otra historia.
Podría quejarme de no tener la oportunidad de tener una carrera que quizás me hubiera puesto dentro de un traje espacial, como Valentina Tereshkova, que en 1963 fastidió mis esperanzas de que me convirtiese en la primera mujer astronauta. Ahora, sin embargo, me considero una afortunada por haber adquirido nociones de dirección cinematográfica que me permitieron abordar los problemas de las mujeres justo cuando el movimiento feminista de los años setenta ganó fuerza. En mi primera animación, ‘Partenogénesis’, un óvulo rechaza a un enjambre de espermatozoides agresivos y, en cambio, encuentra una manera de auto-reproducirse. Para mi película más reciente, ‘Madame Mars’, pasé cuatro años descubriendo y contando las historias de mujeres cuyo estudio y exploración de Marte no han sido parte de la historia principal de la ciencia y la tecnología espacial. Mi objetivo, tanto antes como ahora, siempre ha sido crear historias que contribuyan a contar la historia de manera auténtica, revisionista y feminista.
En la historia de la era espacial que me contaron cuando era una niña, el énfasis siempre estaba puesto en que el astronauta, varón, era un héroe, su misión era ‘conquistar’ el universo, y fueron los hombres dinámicos del puesto de control de misión los que le llevaron a la luna y le trajeron de vuelta. Sólo recientemente he empezado a descubrir a las mujeres que fueron también clave en el esfuerzo: las que estuvieron allí, pero que no eran visibles. La presencia y visibilidad son dos cosas completamente diferentes: es cómo la historia se cuenta (o más a menudo, quién la cuenta), lo que marca la diferencia.
Libros recientes como el de Margot Lee Shetterly’s, ‘ Hidden Figures’, o el de Nathalia Holt’s ‘Rise of the Rocket Girls’, sacan a la luz los roles femeninos históricos y cruciales de la exploración espacial. Cuando observamos la historia más ampliamente desde el punto de vista de las mujeres en ciencia y tecnología, encontramos el libro ‘The Glass Universe’, de Dava Sobel. Éste trata sobre la historia de las mujeres astronautas que estudiaron las placas fotográficas de vidrio de las estrellas porque no se les permitía mirar a través del telescopio como a los hombres. El libro ‘The Girls of Atomic City’, de Denise Kiernan, cuenta la historia de una mujer que ayudó a construir las primeras bombas atómicas, a pesar de que jamás le dijeron lo que en realidad estaba haciendo. El libro de Claire Evans, ‘Broad Band’, presenta una lista abundante y atractiva de contribuciones que han hecho mujeres a la tecnología de la informática y de la red. En su historia, Evans argumenta que las comunidades de mujeres trabajando de manera colaborativa, y a menudo, anónima, han hecho uno de los mayores impactos en ciencia y tecnología.
Ya que no vamos a ir Marte de visita, sino para quedarnos, necesitaremos trabajar en comunidades con diversas habilidades. Estas habilidades servirán para construir y mantener las colonias, alimentar a los colonos, resolver los problemas colectivos y finalmente crear familias, educar y preparar a la nueva generación para las tareas que tendrán que realizar. Las mujeres tienen décadas de experiencia construyendo y trabajando en comunidades y por lo tanto están preparadas para este esfuerzo. Los días donde el astronauta era el héroe han acabado. Mis propias fantasías ya forman parte del pasado, pero mi determinación en mejorar los roles de las mujeres en las misiones espaciales, tanto en el presente como en el futuro, jamás ha disminuido.
Ahora, tenemos una cultura espacial claramente diversa y global. Incluso las misiones al espacio profundo y a Marte probablemente incluyan exploradores de múltiples partes del mundo, ya que nuestra cobertura mediática requiere una comunidad más diversa para presentar historias de nuestros esfuerzos en el futuros. Afortunadamente, los medios ya no son canales unidireccionales que dependen de una sola figura autorizada para contar la historia. Actualmente, los que cuentan las historias representan a todos los géneros, colores y edades, y las historias se comparten instantáneamente alrededor del mundo gracias a nuestros teléfonos móviles inteligentes y las redes sociales.
La primera historia que se cuente sobre Marte será inevitablemente sobre un astronauta valiente que dio el primer icónico paso. Sin embargo, las historias que vendrán después serán sobre cómo nosotros, los seres humanos, fuimos capaces de vivir en otro mundo, sobre cómo aquellos que vivan aún en la Tierra interactuaron con los primeros ‘Marcianos’, y cómo nos preparamos para la infinidad de futuros en un universo en expansión.
En la imagen se ve una carta de rechazo de la NASA a mujeres aspirantes a astronautas en los años sesenta. Creado por Ali Baydoun.
Traducido por Guadalupe Cañas Herrera.
Jamy-Lee Bam, Data Scientist, Cape Town
Paarmita Pandey, Physics Masters student, India
Nesibe Feyza Dogan, Highschool student, Netherlands
Una, writer and educator
Radu Toma, Romania
Financier and CEO, USA
Yara, Lebanon
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