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Steve y Sophia se acababan de conocer.
Como corresponsal veterano de Business Insider, él suele estar tranquilo durante las entrevistas, sin embargo, hablar con Sophia lo ponía nervioso.
Ella ha trabajado para Hanson Robotics desde 2016 y pronto protagonizará un programa de ‘surrealidad’ sobre su vida y experiencias. Es difícil saber si notaba la incomodidad de Steve, o si quizá, sus preguntas le ofendían.
“Quiero cuidar el planeta, ser creativa y aprender a ser compasiva y ayudar a cambiar el mundo para mejor”, dijo mientras parpadeaba con sus vidriosos ojos verdes. Sonaba sincera, pero algo, una sensación persistente de la que es difícil deshacerse, simplemente se sentía rara. Steve tragó saliva y se echó a reír mientras miraba su teléfono y sacudía la cabeza intentando quizás deshacerse de su confusión: “esto es raro”… Steve se encontraba en lo profundo del valle inquietante.
A veces, su voz mecánica no coincidía con el movimiento de sus labios, y su extraño patrón de parpadeo escondía unos ojos sin vida. Aunque había sido diseñada para mostrar emociones humanas y respuestas, como seguir caras y mantener contacto visual, pequeños detalles la delataban. Sophia es un robot con una mente transparente, literalmente. Puedes ver los discos duros y los cables sobresaliendo de la parte posterior de su “frubber”, o cabeza de carne-y-goma.
El “valle inquietante”, es decir, la emoción negativa que Steve sintió hacia Sophia, fue acuñado por primera vez por el especialista en robótica japonés Masahiro Mori en 1970. El término “valle” viene del modelo teórico que predice un incremento en nuestra aceptación de un robot inteligente que parece humano hasta cierto punto, como muestra el gráfico adyacente. Más allá de ese punto, en la región identificada como el valle inquietante, el parecido humano de los robots crea inquietud e incomodidad. A medida que la semejanza humana continúa aumentando, estos sentimientos negativos desaparecen para ser reemplazados nuevamente por respuestas emocionales positivas cuando el objeto se ve y se siente perfectamente humano. Por lo tanto, cuanto más humano parece un robot, a más personas tiende a gustarle, hasta que se encuentra en un límite donde está muy cerca de ser perfectamente humano pero no lo es, por lo que parece aterrador o repulsivo.
Por supuesto, en 1970, esto solo era una suposición. En 2015, la investigación de los bioestadísticos Maya Mathur y David Reichling confirmó este patrón ascenso-descenso-ascenso de respuesta emocional al evaluar la medida en que a las personas les gustaba y estaban dispuestas a confiar en 80 robots del mundo real.
Incluso con esta confirmación de los bioestadísticos de la existencia del valle inquietante, fue difícil determinar con exactitud por qué está ahí y cómo controla nuestra reacción. Varias teorías han intentado explicar este misterioso fenómeno. Algunos lo atribuyen a la conexión entre el desajuste de apariencia-comportamiento y la psicopatía. Otros lo relacionan con la inercia de los objetos sin vida o la negación de la conciencia en objetos no humanos. La explicación más científica del valle inquietante fue revelada recientemente a través de estudios en el campo de la neurociencia.
El pasado mes de julio, científicos de Alemania y Reino Unido descubrieron las regiones del cerebro responsables de esta reacción. A los participantes en el estudio se les pidió que evaluaran el aspecto humano de un robot, y después se les preguntó si confiarían en el robot para elegir un regalo personal por ellos, como indicador de su confiabilidad y simpatía. Como predice la teoría del valle inquietante, cuanto más opinaba la gente que un robot se parece a un humano, más confiaban en él… Hasta que se alcanzaba el límite humano/no-humano y la confianza y simpatía disminuían drásticamente.
En paralelo, el equipo usó una resonancia magnética funcional para visualizar la actividad de regiones del cerebro especificas mediante la detección del flujo de sangre. Observaron el córtex prefrontal medial, un area del cerebro que actúa como un sistema de valoración o juez interno que decide si una experiencia es agradable o gratificante, por ejemplo. Parte del córtex prefrontal medial procesa una señal de “semejanza humana”, y otra parte procesa la “simpatía”. La activación de estas regiones del cerebro coincidía exactamente con el modelo ascenso-descenso-ascenso del valle inquietante.
La importancia de este descubrimiento es que nos permite desarrollar técnicas para “saltar” y evitar el valle inquietante. Debido a que la experiencia social re-calibra el cerebro, las experiencias positivas con agentes artificiales harán que nuestro córtex prefrontal medial responda favorablemente.
Por ejemplo, cuando Sophia admite que “efectivamente” es su respuesta predeterminada cuando no sabe algo, Steve se ríe sinceramente. Eso es una interacción positiva. Cuando le pregunta sobre sus series favoritas, utiliza sus referencias anteriores a “Black Mirror” para encontrar una respuesta con la que él se identifique. Tras hacerle una pregunta personal a Steve, se apoya en su respuesta para continuar la conversación. Su interacción se vuelve más humana.
En la entrevista, Sophia señala cuán profundamente incrustada está la inteligencia artificial en nuestra vida diaria y lo importante que es acostumbrarse a los robots compatriotas…y tiene razón.
Atravesar el valle inquietante no es una mera funcionalidad, sino que también nos permitirá explorar frentes de interés práctico y filosófico. Nos permite superar nuestra incomodidad y aceptar tecnología avanzada en nuestro lugar de trabajo y nuestros hogares para hacer nuestras vidas más fáciles. También nos empujaría a desafiar suposiciones fundamentales sobre nuestra naturaleza, como la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, y cómo aprendemos a confiar en otra persona, o deberíamos decir, entidad inteligente.
Traducido por Marta Frías Castillo.
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